 | Escrito por Andrea Repetto |
El Crecimiento no compra el desarrollo |
Se dice que si Chile crece rápido, al 2018 seremos un país desarrollado. Ser desarrollados bajo el criterio de producto per cápita implica al menos alcanzar al país más pobre (o menos rico) de los más ricos. En concreto, debemos alcanzar a Portugal. El PIB per cápita de Portugal es de unos 22 mil dólares. Por supuesto, como todo promedio, este nivel esconde variación. En otras palabras, no todos los portugueses cuentan con los mismos recursos: unos tienen más, otros menos. Así, mientras el 20% de hogares más ricos en Portugal vive con un ingreso medio de 44 mil dólares per cápita, el 20% más pobre vive con 6700 dólares per cápita.
Cuando los países crecen, su distribución del ingreso no cambia। Al menos no si el crecimiento no se acompaña con políticas agresivas que favorezcan la redistribución. En otras palabras, el crecimiento reduce la pobreza, pero no las brechas entre ricos y pobres. Así, cuando Chile sea desarrollado, tendrá un ingreso per cápita como el de Portugal, pero no necesariamente distribuirá los recursos de igual forma. En concreto, si Chile crece sin alterar su distribución, al 2018 el 20% más pobre vivirá con unos 3900 dólares per cápita, menos que la media del Congo hoy. En el otro extremo, el 20% más rico vivirá con más de 60 mil dólares per cápita y un estándar de vida más alto que el de Noruega, el tercer país más rico del mundo. Portugal del 2009 y Chile del 2018 serían idénticos en las medidas habituales de desarrollo, pero con diferencias sustanciales en el estándar de vida de sus ciudadanos. De este modo, el desarrollo al “Chilean way” será muy distinto del “OECD way” si no nos tomamos en serio nuestras extremas disparidades.
¿Qué hacer? Hay diversos caminos que, por supuesto, son complementarios. Uno es revisar la estructura de impuestos, algo que se debate en toda campaña política. Pero para que ello tenga un efecto relevante, se requiere de una verdadera revolución impositiva. Es tan pequeño el número de contribuyentes que paga impuestos a la renta, que subir las tasas de manera dramática no altera mayormente la distribución.
Una segunda área es el gasto social, el que ya está bastante bien focalizado। Una buena parte se entrega en bienes –educación, salud y vivienda, primordialmente—y por convención ello no aparece en las estadísticas de distribución. Sin embargo, se puede hacer más. De hecho, Brasil ha reducido sus índices de desigualdad, que son peores que los nuestros, gracias a políticas que incluyen transferencias a los más pobres. Está por verse de qué se tratará el Ingreso Ético Familiar y si éste será suficiente no sólo para levantar a los más pobres de la indigencia –el objetivo declarado por el gobierno—sino también para reducir la desigualdad.
Un tercer ámbito es, como siempre, la educación। El sistema actual de subvenciones escolares ha probado ser eficaz en lograr cobertura, pero ineficaz en conseguir calidad y equidad. La educación superior también es relevante. Un trabajo reciente de Juan Pedro Eberhard y Eduardo Engel de la Universidad de Yale sugiere que esta dinámica ya está en movimiento: el mayor acceso de los jóvenes de todos los grupos sociales a la educación superior ha reducido la desigualdad salarial. Por lo pronto, graduarse de la educación terciaria no asegura éxito en el mercado laboral. Mientras la pinta y el círculo social al que se pertenece sigan siendo importantes, las oportunidades laborales no estarán equitativamente repartidas.
Son muchos los factores que determinan la distribución de ingresos, incluyendo la distribución de habilidades innatas, las oportunidades y la naturaleza de la tecnología. De igual importancia, sin embargo, es cómo funciona el sistema político, que fija las leyes e instituciones. De hecho, éstas dependen de cómo se distribuye el poder político y cómo se representa la diversidad de intereses de los ciudadanos en la sociedad. Quizá la tarea de fondo pasa por reformas políticas. Así, no cabe duda que es importante crecer. Pero si no avanzamos seriamente en la desigualdad, un PIB per cápita alto no nos garantizará ser auténticamente desarrollados
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