
De lo público a lo privado
Héctor Soto
Columnista de La Tercera
El chileno es envidioso. El chileno es apocado. También es chaquetero. Edwards Bello creía que raramente apreciábamos lo nuestro y que con gran facilidad nos dejábamos seducir por las modas extranjeras.
Precisamente porque el chileno es desconfiado, se dice que su gran refugio es la familia. La familia y el espíritu de clan que uniforma y estandariza a los que vienen del mismo barrio, fueron al mismo colegio, compartieron las mismas convicciones, entraron a la misma universidad y terminaron formando, por lo general, parte de la misma trenza.
¿Hay algo de verdad en estos reduccionismos? A estas alturas, poco. Está visto que el chileno también puede ser simultáneamente desprendido y solidario, atropellador y altanero, generoso y receptivo, chovinista y xenófobo, autónomo e independiente, reacio a las patotas locales y sensible a las causas globalizadas.
Qué duda cabe: si algo enseñará el siglo que viene a esta República es que ya pasó la época en que tenía algún sentido hablar del chileno en singular. En el futuro tendremos que empezar a definirnos y a representarnos en términos de pluralidad, lo cual resulta muy congruente con las transformaciones de una sociedad en trance de modernización desde matrices que fueron resueltamente autoritarias y patriarcales.
Como las tradicionales instancias de contención, control y disciplina de la sociedad chilena están en crisis (la Iglesia, la escuela, los partidos, el Estado, los sindicatos y gremios), seguramente vamos a estar y nos vamos a sentir cada vez más solos que nuestros padres. El Chile del futuro nos irá quitando las muletas y nos tendremos que parar sobre nuestros propios pies. Como estamos huérfanos de grandes relatos, necesitaremos más autoconfianza y vida interior. Tendremos que leer más y cultivar con mayor éxito el pensamiento crítico. De lo contrario terminaremos mal, aplastados por las rasantes de la patanería intelectual y el consumo, por la riqueza súbita y las satisfacciones asociadas a un creciente ingreso per capita que hemos estado consiguiendo con gran desgaste, pero también gastando en grandes leseras.
El país de los sueños colectivos fracasó. A ver cómo nos va ahora con el de los sueños personales.
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