Saturday, September 11, 2010

De lo público a lo privado

Héctor Soto

Columnista de La Tercera

El chileno es envidioso. El chileno es apocado. También es chaquetero. Edwards Bello creía que raramente apreciábamos lo nuestro y que con gran facilidad nos dejábamos seducir por las modas extranjeras.

Precisamente porque el chileno es desconfiado, se dice que su gran refugio es la familia. La familia y el espíritu de clan que uniforma y estandariza a los que vienen del mismo barrio, fueron al mismo colegio, compartieron las mismas convicciones, entraron a la misma universidad y terminaron formando, por lo general, parte de la misma trenza.

¿Hay algo de verdad en estos reduccionismos? A estas alturas, poco. Está visto que el chileno también puede ser simultáneamente desprendido y solidario, atropellador y altanero, generoso y receptivo, chovinista y xenófobo, autónomo e independiente, reacio a las patotas locales y sensible a las causas globalizadas.

Qué duda cabe: si algo enseñará el siglo que viene a esta República es que ya pasó la época en que tenía algún sentido hablar del chileno en singular. En el futuro tendremos que empezar a definirnos y a representarnos en términos de pluralidad, lo cual resulta muy congruente con las transformaciones de una sociedad en trance de modernización desde matrices que fueron resueltamente autoritarias y patriarcales.

Como las tradicionales instancias de contención, control y disciplina de la sociedad chilena están en crisis (la Iglesia, la escuela, los partidos, el Estado, los sindicatos y gremios), seguramente vamos a estar y nos vamos a sentir cada vez más solos que nuestros padres. El Chile del futuro nos irá quitando las muletas y nos tendremos que parar sobre nuestros propios pies. Como estamos huérfanos de grandes relatos, necesitaremos más autoconfianza y vida interior. Tendremos que leer más y cultivar con mayor éxito el pensamiento crítico. De lo contrario terminaremos mal, aplastados por las rasantes de la patanería intelectual y el consumo, por la riqueza súbita y las satisfacciones asociadas a un creciente ingreso per capita que hemos estado consiguiendo con gran desgaste, pero también gastando en grandes leseras.

Habiendo reprobado los desafíos que nos impuso el siglo XX en materia de igualdad, porque aunque nos volvimos más ricos, lo cierto es que entre nosotros nunca terminaron de acortarse las brechas, ahora veremos qué tanto podemos calificar en el plano de la diversidad. Hay quienes dicen que no tiene sentido tomar este ramo mientras no hayamos aprobado el otro. Dios los guarde, porque el asunto no es tan simple. Aquí no cabe repetir el curso. Lo propio de la modernidad son los retos simultáneos y en todos los frentes. Siendo así, tendremos que aprender a caminar y mascar chicle al mismo tiempo. Y abrirnos a esa noción de inteligencia que tenía Scott Fitzgerald cuando hablaba de la capacidad de manejar dos ideas divergentes en la cabeza manteniendo, sin embargo, la capacidad de funcionar.

El país de los sueños colectivos fracasó. A ver cómo nos va ahora con el de los sueños personales.

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