
Donde no hay nada, todo es posible
Alfredo Jocelyn-Holt
Historiador
En estricto rigor histórico no existe "el" chileno per se, el de todos los tiempos, el por definición y esencia. Si a veces los historiadores, literatos, políticos u otros comentaristas caemos en generalizaciones es porque nuestro lenguaje es pobre y está cargado de metafísica. De ahí que hablemos de que "somos", "éramos" o "seremos", cuando en verdad lo que intentamos, bien o mal, es distinguir un comportamiento en un momento (siempre variable) y en un lugar puntual algo más constante (Chile).
Existen, por supuesto, tradiciones y costumbres, pero nada impide que éstas cambien o desaparezcan. Como la historia es contingencia, imprevisibilidad y ojalá libre elección, haríamos bien en aprender a conjugar mejor el verbo "estar". "Somos" pero en la medida que "estamos" en una etapa de vida o tiempo de este país que puede dejar de "ser" si lo queremos.
Por ejemplo, cuando Joaquín Edwards Bello define a sus compatriotas como "ese renacuajo fétido que llamamos el chileno", lo que en realidad dice es que en su época, y para gente como él, con sus prejuicios y sentidos de decoro, elegancia e higiene, la "gallá" se reducía a una sarta de bárbaros impresentables; no que todo chileno es un "roticuajo" del que habría que, con razón, avergonzarse. En el fondo, un comentario así revela a Edwards Bello y su exclusivo mundo en ese tiempo. Es más, si hoy nadie se atrevería a decir algo semejante es porque, seguramente, existen menos renacuajos fétidos en el país, por tanto, el comentario ya nadie lo entiende.
Ahora bien, ocurre que por un sinnúmero de razones la historia por estos lados es a paso de tortuga. De ahí que hayamos "estado" pegados en una u otra manera de "ser" algo más de la cuenta, y en esa historia en cámara lenta nos volvemos a reconocer. En consecuencia, sentimos que somos valientes porque hemos tenido siglos de guerras. Somos sufridos porque no ha dejado de haber terremotos, maremotos, sequías, diluvios, pobreza, y seguimos bastante perdidos, esquinados en el mapa mundial, donde suceden las cosas verdaderamente significativas.

Foto: Nicolás Piwonka
Somos autoritarios y nos gustaría el "orden"; bueno sí, este país fue por largo tiempo hacendal y ahí nada era fácil ni consensuado. Si los álamos se plantaban en hileras, no es raro que los inquilinos y su descendencia hayan tendido también a enfilarse hasta que la Reforma Agraria los volvió unos alzados insolentes.
Somos soñadores e ilusos, por lo mismo. En la medida que seguimos viviendo en un país miserable, es sensato querer ser otra cosa. "Donde no hay nada, todo es posible" podría ser nuestro lema nacional. Somos patrioteros porque estando tan distantes, ignoramos el mundo allá fuera y lejos. Y, por cierto, somos unos obsesos de Chile y nosotros mismos, como lo comprueba este reportaje.
Pero lo crucial es que todo esto podría ser distinto. Podríamos dejar de ser todo lo que decimos que somos porque tenemos historia y ésta, enhorabuena, no es ninguna fatalidad.
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